Echar abajo el tabú

05/03/2010

Muchas son las interpretaciones que se han difundido en diversos medios de comunicación sobre los actos de saqueos ocurridos en diferentes localidades del país tras el terremoto. Más allá de discutir sobre la naturaleza de estos actos, el origen socioeconómico de las personas que los llevaron a cabo o cómo influyó en ellos la lenta respuesta de las autoridades; esta columna pretende reflexionar sobre los discursos que subyacen al análisis de estos hechos. En específico, las representaciones provenientes de quienes concentran el poder.

Este ejercicio de “vigilancia epistemológica” es necesario debido a que, como es sabido, los discursos sustentan las prácticas, otorgando un marco de referencia a partir del cual se le da sentido a la realidad.

Por ello es preocupante constatar la lógica reduccionista que se evidencia en los tomadores de decisión y sus medios de comunicación, donde no se discuten las causas estructurales que una crisis como esta deja al descubierto. Hacerlo sería atentar contra uno de los pilares fundamentales sobre los que se rige el actual modelo de sociedad chilena, frente al cual existe un acuerdo tácito de frenar todo intento de hacer visibles sus fisuras y contradicciones. Y es por esto, que frente a una perspectiva más crítica se despliega un aparataje ideológico que deslegitima y excluye tal visión. En este caso, cualquier explicación más profunda de los saqueos, inmediatamente es calificada como una justificación del  “delito” y su interlocutor es tildado como promotor del desorden, y, así, este muro de defensa radical censura y extirpa cualquier posición diferente.

Si se traslada lo anterior al proceso de adopción de decisiones políticas, esta mirada se traduce- y se ha traducido- en medidas concretas de corto plazo que apuntan casi exclusivamente a la atenuación del síntoma con la finalidad de asegurar una apariencia de estabilidad, evadiendo así el problema y administrando sus efectos. Esto evidentemente deja puntos ciegos posibilitando el surgimiento esporádico de expresiones públicas de malestar, son esas mismas expresiones las que se transforman en una oportunidad inmejorable para cambiar los efectos por las causas; canje que permite perseguir e identificar culpables- quienes serán vencidos a través de respuestas represivas- y al mismo tiempo esquivar la obligación ética y política de garantizar soluciones de largo plazo.

La utilización de esta fórmula para enfrentar las problemáticas sociales en democracia ha sido una constante en los Gobiernos de la Concertación, quienes desde este punto de partida han abordado las manifestaciones de descontento social en que se visibilizan necesidades insatisfechas- producto de aquellos derechos no garantizados o cumplidos- de sectores sociales excluidos de los canales institucionales de demanda. De esta manera emerge la estrecha visión que tiene el Estado sobre los ciudadanos al reprimir los saqueos en vez de asegurarse a tiempo de que éstos accedan a los alimentos y bienes básicos necesarios, al castigar las expresiones públicas en vez de buscar maneras de impulsar la acción  colectiva organizada y al estigmatizar a quienes se atrevan a cuestionar la forma de tomar decisiones, los sujetos que las toman y las propias decisiones adoptadas.

Lo anterior se constituye en un mecanismo de defensa de un sistema excluyente, siendo a su vez, una manifestación de la lógica perversa que lo sostiene y le permite operar en la medida en que este discurso se transmite a través de los medios de comunicación “oficiales”, generando una respuesta temerosa de la acción colectiva que se expande y reproduce en la opinión pública, desincentivando con ello la articulación de aquellos a los que no se les permite participar.

Los momentos críticos, como ha sido el desorden social provocado tras el terremoto, presentan una oportunidad de integrarse al modelo de éxito que impera en nuestra sociedad al cual muchos no tienen posibilidad de sumarse en su cotidianeidad. Esto no implica que se defiendan los saqueos o los daños a la propiedad pública o privada, aquellos son hechos vandálicos que deben ser castigados. Pero las medidas no pueden terminar ahí, pues ahora resulta más difícil evadir la discusión sobre el modelo económico; los brotes de descontento parecen multiplicarse en una sociedad que presiona por romper el tabú y que, poco a poco, reconoce la importancia de volverse a pensar.

Valentina Terra – Rosario Ayala

3 respuestas to “Echar abajo el tabú”

  1. Nicole Taha said

    Me pareció muy interesante y certero tu artículo. Felicitaciones!

    Se me hace casi inevitable proyectarlo a mi trabajo clínico en el cual se ve cotidianamente el cómo, en general, se intenta taponear el síntoma con intervenciones que deslegitiman y alienan al sujeto que las produce, con lo cual no se hace más que desplazar una y otra vez ese malestar. Como dices, precisamente son esos lugares en donde surge el descontento, en donde surge una diferencia, los cuales que hay que sostener y tomarlos como una oportunidad de cambio – si bien en un comienzo sea algo incómodo para otros y se los ignore por su “escasa evolución”-. En fin, me detengo acá o sino podría escribir hasta mañana ja!

  2. Constanza said

    Me pareció interesante la reflexión, sobre todo porque plantea la necesidad de cuestionar las bases del sistema económico presente en el país. Sistema que, entre otras cosas, ignora las manifestaciones de descontento social, deslegitimándolas y relevándolas a mera categoría de «lumpen», «vandalismo» -o, como dice la nueva jerga periodística-política en boga en estos días, a mero «pillaje»-; cuando, en realidad, esas manifestaciones traslucen las grietas de un sistema que de a poco parece tambalear, pero que la mirada acrítica -el «tabú» que emerge a la hora de abordar un cuestionamiento más profundo hacia el modelo económico- sostiene con ciega insistencia.

  3. Yubitza Radovic said

    Absolutamente de acuerdo, es necesario superar la lógica reduccionista del discurso público si se quieres encontrar soluciones de raiz a las problemáticas que últimamente se nos han hecho tan evidentes en la conducción ética de muchos de nuestros chilenos.

    Qué difícil es hacer pensar a las personas que tiene criterios morales tan claros y estables (al menos en el discurso) pero enraizados en ciertos tabúes que muchas veces les ayudan a proteger lo que ya tienen. A su vez, que difícil es para aquellos que deben regirse por tales criterios morales (puesto que son los que provienen del discurso público) cuando no tienen siquiera lo básico que necesitan… Sólo a partir de las prácticas es posible legitimar las reglas, es decir, sólo a partir de un sistema justo es posible generar justicia en el hacer de sus miembros… pero claramente estamos muy lejos de eso si no abrimos al debate y profundizamos en las reales causas del desempeño ético de nuestro Chile, para trabajar en esa dirección y no solamente ocultar el problema.

Deja un comentario